El vasto mundo de las artes marciales chinas ha dado lugar a un sinfín de pensamientos y filosofías, así como a diferentes maneras de entender su práctica. Asociadas a ésta, existen también innumerables actitudes, posiblemente tantas como practicantes haya. No obstante, existe una actitud que lamentablemente, y a pesar de haber existido siempre, parece estar extendiéndose peligrosamente hoy en día: la pretensión de estar uno en posesión de algún tipo de conocimiento superior al del resto de sus prójimos. No hablamos de ningún conocimiento de tipo esotérico. Simplemente de personas que creen ser superiores a otros por su conocimiento o habilidad en el Kung Fu, y que intentan demostrarlo enalteciéndose a sí mismos y, todavía peor, desacreditando a otros.
En China, a esta actitud se le llama “cortar la cabeza a otro para parecer más alto”. Lamentablemente, estas personas sólo han hecho del Kung Fu un instrumento de su ego y, bajo nuestro punto de vista, todo el Kung Fu que han aprendido, por muy desarrollado que éste sea, no les ha servido para nada. El Kung Fu ha de hacernos humildes y mejores personas; nos atrevemos a afirmar que, si no, su conocimiento es totalmente inútil.
Aprovecharemos pues para exponer algunas de las razones por las que creemos que es beneficioso aprender Kung Fu y, de paso, también algunas otras que no consideramos válidas.
El Kung Fu debe enseñarnos a evitar el conflicto y evitar causar daño.
El Kung Fu, como ya sabemos, es un arte marcial, y por tanto su propósito original era el entrenamiento militar para la guerra. Pero hace ya mucho tiempo que el Kung Fu dejó de ser útil en este sentido, pues las guerras no se libran ya en combate cuerpo a cuerpo y, aunque pueda seguir siendo útil como sistema de defensa personal, consideramos que no debe ser éste su propósito último o, en todo caso, su único propósito. Ya hemos dicho en otras ocasiones que el Kung Fu debe enseñarnos a evitar el conflicto para, aunque seamos capaces de defendernos, evitar causar daño.
Descartado el objetivo bélico, seguramente el siguiente motivo que nos venga a la mente para aprender Kung Fu sea el mantenimiento de la salud, y éste es sin duda un buen motivo. La práctica regular del Kung Fu nos mantiene en forma, aumenta nuestras defensas mejorando nuestro sistema inmunitario, nos ayuda a corregir nuestra postura en el día a día y, si el entrenamiento es correcto, a evitar lesiones.
Pero una buena salud física debe ir acompañada también de una buena salud mental, y en este punto nos parece encontrar una “falta de higiene” muy arraigada. Hablamos de actitudes, por desgracia muy extendidas en el mundo del Kung Fu, que consideramos poco sanas. Existe mucha competitividad, demasiadas ganas de destacar y de demostrar la propia valía. Creemos que cuando una persona se acepta a sí misma tal y como es, se valora y se quiere, no necesita estar por encima de nadie ni demostrar nada; no necesita de ningún reconocimiento que no provenga de sí misma. Por el contrario, es la persona insegura, que no se tiene en demasiada estima, la que necesita reafirmarse una y otra vez, muchas veces “cortando la cabeza” al prójimo para aparentar ser más alta. Esto, como es obvio, no resulta sano para uno mismo ni para los demás. La práctica sana del Kung Fu ha de acercarnos a una mayor aceptación de nosotros mismos, con nuestras virtudes y nuestras limitaciones, sin la necesidad de estar por encima ni ser mejor que nadie. Aparte de que, sobra decirlo, ¡nadie es mejor que otra persona por el hecho de poseer un mejor Kung Fu! En la práctica, me importa más que usted sea buena persona que el hecho de que su técnica esté o no depurada hasta el extremo.
Cuando una persona se acepta a sí misma tal y como es, no necesita estar por encima de nadie ni demostrar nada.
Sobre las competiciones, creemos que éstas deben ser un medio y no un fin en sí mismo; un medio para trabajar con nuestras emociones hasta ser capaces de dominarlas, controlar la ansiedad y templar los nervios. No se trata pues de demostrar nada. No aprendemos Kung Fu para competir ni para luchar; no entrenamos a diario para derrotar ni para humillar a otros, sino para vencer nuestros miedos y nuestras limitaciones día tras día, aprender a convivir con el dolor, afrontar situaciones difíciles y tomar decisiones.
El linaje ha de estar ahí para recordarnos que lo poco o lo mucho que podamos saber se lo debemos a otros.
Otro riesgo relacionado con el ego es la pertenencia a un determinado linaje de maestros. Todas las escuelas de Kung Fu tradicional mantienen un altar en el que están representados los maestros antepasados del linaje. Sin embargo, parece que existe una actitud de orgullo muy extendida, ligada a la pertenencia a un cierto linaje y a una supuesta posesión de pureza en el conocimiento y, casi diríamos, de una verdad absoluta. Pero las verdades absolutas no existen. Los que hemos estudiado con diferentes maestros sabemos que cada uno tiene la suya y que no tiene por qué haber una mejor que otra. En cuanto a la pureza de un determinado estilo de Kung Fu, pretender poseerla es ingenuo y no realista. Desde el momento en que el fundador de un estilo transmite su conocimiento a una segunda persona, la pureza deja de existir. El conocimiento pasa por un filtro, subjetivo, y es reinterpretado por esa segunda persona. Por lo tanto, cuando aprendemos un determinado estilo de Kung Fu de un determinado maestro, aprendemos su interpretación de ese estilo, y a su vez nosotros la reinterpretamos nuevamente.
Por ello, el altar y el linaje han de estar ahí, no para hacernos orgullosos, sino para hacernos más humildes y agradecidos. El linaje ha de recordarnos que lo poco o lo mucho que podamos saber lo debemos a otros que nos han precedido, cuyo esfuerzo y dedicación han hecho posible que ese conocimiento llegue a nosotros. Así, cuando alguien se dirige a nosotros pretendiendo estar en posesión del “único y verdadero” Kung Fu, ¡no podemos más que reírnos internamente ante tamaña ingenuidad!
Si, a lo largo de nuestra práctica, somos capaces de desarrollar todas las cualidades que hemos ido nombrando (autoestima, autoaceptación, humildad, agradecimiento, aceptación del dolor, capacidad de afrontar situaciones difíciles y de lidiar con nuestras emociones), ello nos llevará a alcanzar cierto grado de calma mental y de paz interior. Es por ello que el Kung Fu se ha relacionado a menudo con la espiritualidad, y se dice que puede acercarnos a la iluminación. No se trata de un conocimiento esotérico, sino del desarrollo de esta calma mental a través de todo lo anterior. Esto se traduce, finalmente, en mejorar nuestra vida y la de las personas que nos rodean. Éste es el auténtico beneficio del Kung Fu.