El ser humano es un ser emocional. Las emociones juegan un papel importantísimo en nuestra vida, hasta el punto de que determinan nuestro carácter y en qué tipo de persona nos convertimos: seguimos nuestras pasiones, nos unimos a alguien por amor, dejamos de hacer muchas cosas por miedo o podemos llegar a cometer actos de los que luego nos arrepentimos en un ataque de ira.
Sin embargo, aunque creemos guiarnos conscientemente por ellas, las conocemos poco y no siempre somos conscientes de lo que estamos sintiendo. Conocer nuestras emociones es conocernos más a nosotros mismos.
Existe en la sociedad actual una clara tendencia a exacerbar algunas emociones y a negar o reprimir otras. En nuestra opinión, esto es debido a que, en general, consideramos nuestras emociones en un plano dual positivo-negativo. A nuestro juicio, esta separación es errónea e implica una serie de problemas. Veamos por qué.
¿Qué son las emociones?
Una emoción es una respuesta psicofísica de nuestro organismo ante un estímulo, externo o interno, que nos predispone a la acción. Se habla de respuestas psicofísicas porque ocurren en el cerebro pero producen cambios a nivel fisiológico. Estos cambios predisponen al organismo para una respuesta concreta: el enfado o la ira nos provocan un aumento del ritmo cardíaco y de las hormonas, que aumentan nuestra energía, y un aumento del flujo sanguíneo a las manos, que nos predispone a golpear o empuñar un arma; el miedo incrementa el sentido de alerta y bombea sangre a nuestras piernas para prepararnos para la huida; el amor y la satisfacción sexual nos relajan y proporcionan calma, lo que facilita la convivencia; la sorpresa nos provoca una expresión facial determinada, arqueando las cejas, que aumenta nuestro campo visual y permite la entrada de mayor cantidad de luz a la retina, recibiendo un mayor volumen de información del entorno. Incluso la tristeza nos facilita la reflexión, el autoanálisis, el aprendizaje y la asimilación o la elaboración de pérdidas importantes, mientras no se convierta en tristeza crónica.
Toda emoción es positiva desde el momento en que cumple una función adaptativa.
Todas estas respuestas psicofísicas son innatas, forman parte de un repertorio emocional transmitido de generación en generación a lo largo de miles y miles de años, y podemos asegurar que en gran medida este repertorio de emociones y respuestas ha hecho posible la supervivencia de nuestra especie en el pasado. Por tanto, clasificar las emociones en positivas y negativas no parece acertado. Toda emoción es positiva desde el momento en que cumple una función adaptativa.
El control de las emociones
Sin embargo, el considerar todas las emociones como positivas no significa que debamos dar rienda suelta a cada una de ellas, ya que en la sociedad actual es muy poco probable que nos encontremos con los peligros o situaciones en los que estas respuestas sigan siendo funcionales. Es decir, estas respuestas, o mejor dicho, las acciones o conductas a que nos impelen, que nos han ayudado a mantenernos con vida, tienen escaso valor en la sociedad de hoy, y en gran medida se están convirtiendo en reacciones desadaptativas, que no se adaptan a las situaciones actuales. Seguramente, no podemos modificar la emoción, pero sí que podemos modificar la respuesta conductual.
Controlar no es reprimir, sino dar una respuesta adecuada y proporcional al nivel de la situación que se nos plantea.
Es importante en este punto distinguir entre la reacción psicofísica (cambios en el organismo, no observables, involuntarios e incontrolables), y la conducta o acción observable (que es controlable).
La ira es positiva en cuanto que favorece el que no dejemos que otros pisoteen nuestros derechos, pero no por ello hemos de atacar a nadie a la primera de cambio. El tomar contacto con la emoción, reconocerla de manera consciente y aceptarla, sin sentirnos culpables por ella, es un paso importante para hacernos cargo de ella de forma adecuada. La ira descontrolada no es positiva, como tampoco lo es la euforia desproporcionada.
Una vez nos hacemos cargo de nuestras emociones, es decir, las reconocemos acertadamente y nos hacemos responsables de ellas, podemos comenzar a controlarlas. De nuevo, controlar no es reprimir, sino dar una respuesta adecuada y proporcional al nivel de la situación que se nos plantea, sin hacer daño a los demás ni a nosotros mismos.
Kung Fu y control emocional
Como artistas marciales, debemos ser cien por cien responsables de nuestras emociones. Es más, antes de ser maestro de Kung Fu uno ha de ser maestro de sus emociones. La maestría en el arte marcial pasa por un completo control del cuerpo, pero también por un completo control de la mente.
La meditación es un poderoso aliado en este sentido, y cualquier artista marcial que se precie debe de practicarla con asiduidad en cualquiera de sus formas. La meditación nos ayuda a relativizar nuestros pensamientos y emociones y a desidentificarnos con ellos, de forma que no puedan desbordarnos.
En el budismo chino, la expresión "domar al tigre" (伏虎 fú hǔ) se refiere a controlar la propia mente.
Con el tiempo, todo el entrenamiento marcial ha de convertirse en una meditación en movimiento, siendo siempre plenamente conscientes de cuerpo y mente mientras practicamos. El entrenamiento en artes marciales tradicionales nos hace más humildes y calmados, aquieta nuestro ego y nos convierte en personas más responsables. Por otra parte proporciona una vía de salida por la que canalizar excesos emocionales. Comprobaremos cómo, después de una práctica intensa, la mente está en calma y nuestros problemas e inquietudes no parecen tan grandes como para no poder gestionarlas.