Introducción
Desde el establecimiento de las primeras dinastías chinas, las incursiones de los pueblos que habitaban las estepas del norte han constituido siempre un problema central de la política de los sucesivos estados. Estos pueblos, de diferentes etnias, eran en su mayoría nómadas dedicados al pastoreo y a la caza, hábiles jinetes y tiradores con arco que, prácticamente, nacían sobre la grupa de un caballo.
Arquero manchú a caballo.
Considerados como bárbaros por los chinos y muy diferentes a éstos en sus estructuras sociales y políticas, así como en su cultura y modo de vida, estos pueblos no estaban organizados en estados sino en tribus y confederaciones tribales móviles, que se unían o se disolvían en función de sus necesidades y relaciones mutuas.
Dependiendo de los recursos de la tierra para su subsistencia, en temporadas de sequía o épocas de hambre no les quedaba más alternativa que mirar al sur y darse al pillaje y al saqueo de las aldeas sedentarias en la frontera norte del imperio chino.
Algunas veces, estas tribus, generalmente divididas y enfrentadas entre sí, conseguían organizarse bajo un único soberano o Khan y, en vez de limitarse a incursiones de saqueo, se lanzaban a la conquista del terreno. En varias ocasiones entre los siglos X y XIII, consiguieron imponerse y establecer dinastías que gobernaron sobre una mayor o menor parte del territorio chino.
Tal es el caso del establecimiento la dinastía Liáo 遼 por los Kitán (qìdān 契丹) en el siglo X, de la dinastía Jīn 金 por los Jurchen (nǚzhēn 女真) en el siglo XII, y de la dinastía Yuán 元 por los mongoles descendientes de Gengis Khan, en el siglo XIII.
Todas ellas duraron relativamente poco tiempo. Pero, en el siglo XVII, los manchúes (mǎnzú 滿族), descendientes de los Jurchen, conquistaron China y establecieron una nueva dinastía que duraría casi trescientos años, extendería el imperio al doble de su tamaño anterior y sentaría las bases de la China moderna: la dinastía Qīng 清.
La aculturación de los pueblos “bárbaros”
El establecimiento de cada una de las dinastías “extranjeras”, como a veces se las conoce, tuvo un importante impacto sobre las prácticas culturales chinas, desde la comida o la vestimenta hasta las instituciones de gobierno. Sin embargo, y quizá en mayor medida aún, estos pueblos “bárbaros” fueron transformados por la cultura de sus súbditos chinos, en un proceso de aculturación conocido como “sinificación”.
Esta aculturación de los pueblos extranjeros fue quizá resultado, no solo del gran poder de China como centro de irradiación de cultura, sino también fruto de la necesidad de gobernar en minoría.
Para hacernos una idea, los manchúes, durante la dinastía Qīng, constituían únicamente el 0,4% de la población, es decir, que había un manchú por cada 250 chinos hàn 漢. Ante tales números, el control militar no era factible y fue necesario apoyarse en la administración civil china estableciendo compromisos de poder entre los manchúes y las élites locales de funcionarios y literatos.
Orígenes de los manchúes
La región que actualmente se conoce como Manchuria (en chino, Dōngběi Píngyuán 东北平原) comprende el noreste de la actual China, entre Corea, Siberia y Mongolia. En esta región habitaban, en el siglo XVI, los descendientes de los Jurchen, un pueblo tungúsico que en el siglo XII había establecido en el norte de China la dinastía Jīn.
Tras la caída de esta dinastía un siglo después, muchos regresaron a la tierra de sus antepasados. En el siglo XIV, esta región cayó bajo control militar de la dinastía Míng 明. Sus habitantes no eran nómadas, sino agricultores que vivían en aldeas con una economía muy simple.
Mito fundacional
Según el mito fundacional del pueblo manchú, en una ocasión bajó del cielo una doncella llamada Fekulen (Fúkùlún 佛庫倫) para bañarse en un lago de las montañas Chángbái 長白山, que limitan la península de Corea con la actual China. Al terminar su baño e ir a vestirse, halló sobre sus ropas una fruta roja y, al comerla, quedó inmediatamente encinta.
Fekulen (Fúkùlún 佛庫倫).
De esta forma dio a luz a un niño, de nombre Bukūri Yongšon (Bùkùlǐ Yōngshùn 布庫里雍順), que nació ya con la capacidad de hablar y poseía poderes sobrenaturales. Antes de regresar al Cielo, su madre colocó al niño en un pequeño bote en el río y lo mandó a una aldea unos pocos días corriente abajo, con la misión de traer paz a sus habitantes.
Al llegar al pueblo de Odoli (Áodōng 敖東), Bukūri Yongšon fue acogido por sus habitantes, que lo convirtieron en príncipe; él y sus descendientes gobernaron en la zona manteniendo la paz durante muchas generaciones.
Pero pasado un tiempo, el poder que ejercían los descendientes de Bukūri Yongšon se tornó de nuevo violento y provocó una rebelión. Los soldados mataron a todos los miembros del clan, menos a un joven llamado Fanca (Fànchá 範察), que consiguió escapar ayudado por una urraca, el animal totémico del pueblo manchú.
Aún hoy, los manchúes se llaman a sí mismos Chángbái lǎorén 長白老人 (“viejo de las montañas Chángbái”), y se considera a Fanca como el ancestro de los fundadores de la dinastía Qīng.
Montañas Chángbái 長白山.
Aunque se trata de una leyenda, existen registros de un Jurchen llamado Fanca que en 1412 trasladó a su pueblo desde las montañas Chángbái para establecerse en Hetu Ala (Hètú’ālā 赫圖阿拉), donde los Qīng comenzaron su andadura. Y, en efecto, entre los descendientes de este Fanca se encuentra Nurhaci (Nǔ'ěrhāchì 努爾哈赤), considerado el fundador de la dinastía Qīng.
En esta región vivían en el siglo XV los Jurchen de Jiànzhōu 建州 (Jiànzhōu nǚzhēn 建州女真), divididos en tres ramas enfrentadas entre ellas. Fanca juró lealtad a los Míng y fue hecho líder de una de estas ramas, y sus descendientes heredaron esta posición durante más de un siglo.
Inicios en el poder
A finales del siglo XIV, la región hoy conocida como Manchuria, donde habitaban los Jurchen, cayó bajo el mandato de la dinastía Míng (1368-1644), que impuso una administración militar.
Las tribus que habitaban la región estaban asentadas en pequeñas aldeas y mandaban tributo a la corte Míng, cuyos gobernantes se encargaban de alimentar las disensiones entre sus diferentes facciones para evitar posibles revueltas.
A mediados del siglo XVI, estalló la violencia entre las diferentes facciones de los Jurchen. Las fuerzas de la dinastía Míng intervinieron en apoyo de uno de estos grupos, pero unos años más tarde, mientras luchaban contra un enemigo común, mataron a sus líderes y alegaron un accidente. Estos eran el padre y el abuelo de Nurhaci.
Aunque la muerte de su padre debilitó mucho la posición de Nurhaci, con los años éste terminó emergiendo como una figura dominante entre los Jurchen, que se unieron bajo su mandato en una sola entidad política y militar.
Nurhaci permaneció fiel a los Míng durante un tiempo, pero finalmente se rebeló y estableció en la región controlada por los Jurchen la llamada dinastía Jīn Posterior (Hòu Jīn Guó 後金國), clamando así legitimidad y ascendencia directa de la anterior dinastía Jīn del siglo XII.
Nurhaci murió en 1626, y fue el octavo de sus hijos, Hong Taiji (Huáng Tàijí 皇太極), el elegido como sucesor en razón de sus méritos y cualidades. Hong Taiji consolidó el estado Jīn Posterior y adoptó ya muchas de las instituciones y gran parte del sistema burocrático de los Míng.
Hong Taiji (Huáng Tàijí 皇太極).
En 1635 Hong Taiji rebautizó al pueblo Jurchen como Manju o manchú (Mǎnzú 滿族), proclamando que este era su nombre original y que así habrían de ser llamados desde ese momento en adelante. Esta denominación fue una manera de camuflar las rivalidades entre las diferentes facciones Jurchen y aunarlas en una sola identidad colectiva.
Al año siguiente renombró también el estado que gobernaba, abandonando el nombre de Jīn Posterior dado por su padre, y renombrándolo como Dà Qīng 大清, que en chino significa “Gran Puro”.
Hong Taiji reclamó el Mandato del Cielo (Tiānmìng 天命), legitimando así sus aspiraciones a gobernar China. El radical de agua del carácter Qīng simboliza la extinción del fuego, que aparece implícito en el nombre de la dinastía Míng. No obstante, Hong Taiji murió sin haber alcanzado sus aspiraciones.
La caída de la dinastía Míng y la conquista de China
A la muerte de Hong Taiji en 1643, los manchúes eligieron a uno de sus hijos, Fulin (Fúlín 福臨), como heredero. Fulin, que reinó con el nombre de Shùnzhì 順治, solo contaba cinco años de edad en ese momento, y se decidió que un príncipe llamado Dorgon (Duō'ěrgǔn 多爾袞) se haría cargo del gobierno hasta que Fulin fuese mayor de edad.
Mientras, en la China Míng, y desde hacía ya varios años, una rebelión campesina liderada por un funcionario agraviado, Lǐ Zìchéng 李自成, ganaba adeptos entre la población. En abril de 1644, Lǐ Zìchéng tomaba Běijīng 北京. En la antesala de la derrota, el emperador Míng se suicidó colgándose, y el resto de la corte huyó hacia el sur.
A la vez que todo esto sucedía, en el norte, los manchúes liderados por Dorgon mantenían negociaciones con el general Míng encargado de mantener el paso de Shānhǎi (Shānhǎi Guān 山海關), en la Gran Muralla. Este general, Wú Sānguì 吳三桂, accede a abrir las puertas de la Gran Muralla a los manchúes a cambio de su ayuda para aplastar la rebelión de Lǐ Zìchéng y restablecer la dinastía Míng.
El ejército manchú se enfrenta con las tropas de Lǐ Zìchéng al este de Běijīng, aplastándolas, si bien su cabecilla consiguió escapar. Sin embargo, tras la victoria, y en contra de lo acordado con Wú Sānguì, los manchúes entran en la capital y se declaran los nuevos amos del imperio, estableciendo formalmente la dinastía Qīng en junio de 1644.
Un año después, Lǐ Zìchéng fue finalmente acorralado y muerto. Ese mismo año, los manchúes cruzaron el Río Amarillo (Huáng Hé 黄河) y, en los años sucesivos, conquistaron el resto de China. La mayor parte de las ciudades se rindieron a ellos sin lucha, aunque algunos enclaves se resistieron. Fue el caso de Yángzhōu 揚州, donde los manchúes hicieron una gran carnicería tras tomar la ciudad por la fuerza.
Entretanto, el resto de la corte Míng había escapado al sur, donde establecieron la llamada dinastía Míng del Sur (Nán Míng 南明), que duró hasta 1661, año en que el propio Wú Sānguì, al servicio de los manchúes, los capturó y les dio muerte en Birmania.
El General Wú Sānguì 吳三桂.
Los desafíos de gobernar China
La conquista repentina de China por los manchúes fue un duro golpe para la población hàn, que se vio obligada a elegir entre someterse al nuevo orden, rebelarse o retirarse de la sociedad ingresando en un monasterio o una ermita.
Los nuevos gobernantes impusieron el biànzi 辮子, la trenza manchú, como símbolo de sometimiento a todos sus súbditos varones. Ya hemos hablado anteriormente del rechazo que provocó esta medida (ver La Imposición del Biànzi, la Trenza Manchú), así que no nos extenderemos aquí nuevamente sobre ello.
El biànzi 辮子 o trenza manchú.
Pero los manchúes, para poder gobernar siendo una minoría, necesitaban también poner de su lado a la población local, especialmente a la élite civil de funcionarios, literatos y administrativos, de modo que la burocracia del gobierno pudiera seguir funcionando.
Para ello, tuvieron que legitimarse ante los ojos de sus súbditos sosteniendo los valores confucianos que habían formado las bases de la sociedad china durante aproximadamente dos milenios. De esta forma, el cambio de dinastía no supuso una ruptura de los valores sociales y de las tendencias intelectuales, sino una continuación de éstos.
La mayoría de los chinos hàn consideraban a los manchúes un pueblo bárbaro, y encontraban difícil ser gobernados por aquellos a quienes consideraban inferiores. Uno de los factores más importantes que permitió a los manchúes mantenerse en el poder, estando en una minoría de uno a 250, fue sin duda su capacidad de encontrar un compromiso entre los valores confucianos chinos y su propia identidad manchú. Y podemos considerar que lo consiguieron con bastante éxito, a juzgar por los casi tres siglos que duró su gobierno.
No obstante, la dinastía también enfrentó rebeliones. La primera de ellas, la del propio Wú Sānguì, que estuvo a punto de terminar con su reinado. La supresión de esta rebelión, conocida como Rebelión de los Tres Feudatarios (Sānfān zhī luàn 三藩之亂), marcó el inicio de una larga época de lealtad a a la nueva dinastía. La siguiente rebelión importante no se produjo hasta dos siglos después, la Rebelión Tàipíng (Tàipíng tiānguó yùndòng 太平天國運動).
Aunque la dinastía Qīng no goza de buena fama en la historia china, lo cierto es que sus primeros ciento cincuenta años supusieron una época dorada de crecimiento económico y poblacional, así como de florecimiento cultural. En esta época ocuparon el trono los dos emperadores con los reinados más largos de la larga historia imperial china: Kāngxī 康熙 y Qiánlóng 乾隆. Estos emperadores fueron grandes patrones de la cultura china e impulsores de artes tradicionales como la caligrafía y la pintura.
El emperador Kāngxī 康熙.
Qiánlóng 乾隆.
Un problema perpetuo que enfrentaron estos gobernantes fue el de cómo retener su identidad manchú en un mundo chino, siguiendo costumbres chinas y haciendo uso de instituciones chinas.
En el siglo XIX, la mayoría de los manchúes se habían desprendido de los rasgos culturales que al inicio de la dinastía los identificaban como tales: habían abandonado la lengua manchú, adoptado nombres chinos, no sabían montar a caballo ni disparar con un arco, y practicaban artes culturales chinas como la poesía, la pintura o la caligrafía.
A pesar de ello, retuvieron otros rasgos que los distinguían inequívocamente del resto de los chinos, como un fuerte acento norteño, practicaban su religión chamánica ancestral, sus mujeres no se vendaban los pies y llevaban tres pares de pendientes en las orejas, y vivían en acantonamientos separados.
Mujeres manchúes.
Conclusiones
La dinastía Qīng goza, en la cultura popular china, de una reputación discutible. Se dice que era una dinastía corrupta que oprimía al pueblo y que contaba con numerosos opositores. Aunque es cierto que los manchúes gozaban de privilegios legales, la corrupción de sus gobernantes y la oposición del pueblo son hechos muy posteriores a su llegada al poder.
Los manchúes, como ya se ha explicado, nunca hubieran podido gobernar a una población tan superior en número si no hubieran contado con el apoyo de una gran parte de la población y la élite social. Los ya mencionados Kāngxī y Qiánlóng, así como Yōngzhèng 雍正, están entre los mejores y más dedicados emperadores de toda la historia china. Bajo su mandato, China vivió una época de esplendor y bonanza económica y se contaba entre las naciones más avanzadas del mundo. Bajo Qiánlóng, el imperio Qīng extendió su territorio hasta casi el triple de su extensión anterior, configurando los límites de la actual China.
Fue hacia finales del reinado de Qiánlóng que esta situación empezó a cambiar. Una corrupción masiva se extendió en las dos últimas décadas del siglo XVIII. El caso de corrupción más famoso de toda la historia del país fue el de Niohuru Hesen (Niǔhùlù Héshēn 鈕祜祿和珅), un funcionario del gobierno que a lo largo de su vida acumuló más riqueza que el propio emperador.
El final del reinado de Qiánlóng marcó el inicio de un periodo de decadencia que culminó en el siglo XIX, durante las Guerras del Opio (Yāpiàn Zhànzhēng 鴉片戰爭). El sentimiento antimanchú que se extendió en esa época fue fruto en gran parte de la propaganda de la Rebelión Tàipíng y del nacionalismo chino de finales de la dinastía.