La concepción del alma:
Según la concepción china del ser humano, éste está compuesto de ‘dos almas’: el Pò 魄, ‘alma corpórea’ o ‘terrenal’, cuyo concepto tiene su origen en el Norte de China; y el Hún 魂, al que se ha venido a llamar ‘alma etérea’, originario del Sur de China. Con la expansión y el contacto cultural entre el Norte y el Sur en la Antigüedad, las dos ideas se fusionaron en un concepto único de ‘dos almas’.
Estas dos almas fueron ligadas a los conceptos de Yīn y Yáng 陰陽. El Pò es el ‘alma terrenal’, la parte Yīn, que se hace manifiesta en el momento de la concepción. El Hún corresponde al Yáng, la parte sutil, y entra en el cuerpo en el momento del nacimiento. Con la muerte, las dos almas se separan tomando caminos diferentes: el Hún asciende al Cielo (Tiān 天) y el Pò desciende al inframundo o permanece junto al cuerpo del difunto.
Existen múltiples variantes de esta concepción del alma; por ejemplo, algunos grupos taoístas consideran la existencia de tres Hún y siete Pò.
El cuidado de estas dos almas tras la muerte por parte de los descendientes del difunto originó la práctica china de la veneración a los antepasados.
La veneración a los Antepasados:
La veneración a los Antepasados es una práctica muy antigua que ha permanecido como parte esencial de la cultura china desde los tiempos de la dinastía Shāng 商朝 (1600-1046 a.C.). Se basa en la creencia de que los espíritus de los antepasados permanecen observando las vidas de sus descendientes desde el otro mundo. Estos espíritus pueden proveer ayudar a los vivos o causarles daño, según su disposición anímica hacia los actos de éstos, por lo que es conveniente aplacarlos mediante ofrendas. Esta creencia no está asociada a ninguna religión china particular, sino que está firmemente arraigada a la tradición y es común a todos los sistemas religiosos, con algunas variaciones.
Con el contacto cultural entre el Norte y el Sur, las ideas existentes en ambas regiones sobre el alma se fusionaron en un concepto único de ‘dos almas’.
Tras la muerte del individuo, el Pò y el Hún han de ser atendidos correctamente por los descendientes. El alma etérea asciende al Cielo, y se cree que es destruida por la cremación, razón por la cual los chinos siempre enterraban a sus muertos en vez de incinerarlos; mientras que el alma corpórea queda en el cuerpo. Los chinos creían que si se evitaba la descomposición del cuerpo, el Pò permanecería ligado a éste y evitarían que vagara por el mundo de los vivos, convirtiéndose en un fantasma e interfiriendo en los asuntos humanos.
En la tradición china se considera que sólo los descendientes varones pueden llevar a cabo los ritos de veneración a los ancestros; por lo que la falta de un hijo varón traería el infortunio a la familia. Estos deberes de veneración incluyen la visita y mantenimiento de las tumbas y las ofrendas de alimentos e incienso. Esta creencia hunde sus raíces en los valores confucianos de piedad filial, por los que un hijo ha de honrar y obedecer a su padre incluso después de su muerte.
Tradicionalmente, cada familia tenía una habitación con un altar dedicado a los antepasados, que alojaba unas tablillas con sus nombres. Antiguamente, en los pueblos, todos los habitantes pertenecían al mismo clan familiar y llevaban el mismo apellido, por lo que la veneración a los ancestros era una práctica comunitaria. Se creía que una parte del espíritu del fallecido permanecía en la tablilla con su nombre, y las ofrendas se realizaban en este altar.
Pero la obligación que los vivos tenían con los muertos era recíproca, como pago por todo lo que los antepasados habían hecho por sus descendientes en vida y como forma de ganarse su favor para conseguir una buena vida, buenas cosechas y descendientes varones que aseguraran la perpetuación del linaje.
En la actualidad, la veneración a los antepasados está desapareciendo en China bajo el régimen comunista, que está en contra de toda manifestación religiosa.