El contenido de este artículo es del todo personal, es decir, se trata simplemente de reflejar una opinión, y de plantear preguntas interesantes que hacerse, para estimular la reflexión sobre ciertos aspectos de la práctica y de la enseñanza de las artes marciales. Como tal, es posible que esta opinión cambie en el futuro, y es solamente tan válida como cualquier otra.
Algunas personas que se aproximan a las artes marciales lo hacen cargando expectativas no realistas y desde enfoques o perspectivas que influyen negativamente en la práctica. Debido a la manera en que condiciona la práctica y el aprendizaje, creemos que el enfoque es al menos tan importante como el propio método.
Por método entendemos todos aquellos ejercicios organizados de una manera lógica para desarrollar ciertos objetivos, a saber, el conjunto de habilidades necesarias para adquirir el dominio de un estilo determinado o de un arte en concreto.
Por enfoque entendemos la actitud con la cual nos aproximamos a la práctica, es decir, al método.
En las clases, hemos observado que mucha gente está juzgándose a sí misma durante el aprendizaje. Estos juicios son pensamientos del tipo “qué torpe soy”, “no valgo para esto”, etc., (o también del tipo opuesto, como “qué bien lo hago”). Esto puede deberse a varios motivos, incluyendo el tener expectativas no ajustadas a la realidad.
Las artes marciales tradicionales necesitan de mucho tiempo de práctica. Esto significa desarrollar el gōngfu 功夫. No se pueden obtener los mismos resultados con dos horas semanales que con varias horas diarias. Esto no quiere decir que todo el mundo necesite entrenar las mismas horas, ni interesarle el kungfu de la misma manera, pero también es obvio que no puede esperar los mismos resultados.
Es necesario entender esto para no hacerse expectativas no realistas. No se puede esperar aprender un estilo de kungfu en un par de meses, ni siquiera en un par de años, y menos dedicando dos o tres horas por semana. No pasa nada, especialmente si este es el único tiempo del que disponemos, pero es importante tenerlo en mente para no frustrarse.
La sociedad actual nos impele a querer obtenerlo todo ahora, de manera inmediata. Empezamos un aprendizaje y necesitamos hacerlo bien ya, desde el principio. Está claro que el objetivo es hacerlo bien a largo plazo, pero, ¿para qué necesitamos hacerlo bien ahora? ¿Acaso no podemos aceptar nuestros errores y disfrutar de la práctica incluso con ellos? Esto no significa carecer de un interés y un deseo de mejorar continuamente, significa no castigarnos ni enjuiciarnos por nuestros fallos. El modo en que nos aproximamos a la práctica dice mucho del modo en que enfocamos nuestra vida.
Desde el inicio de nuestra práctica marcial, lo que más nos atrajo del entrenamiento es el hecho de estar presente, con todo nuestro ser, en la práctica. Incluso, quizá, de extinguir el ser, el “yo”, en ella. Pero este enfoque estaba quizá condicionado por nuestras experiencias previas y no necesariamente todo el mundo desarrolla este tipo de actitud hacia la práctica. Por tanto debemos inculcar el enfoque como parte del método para alentar una actitud sana hacia la práctica.
Al igual que en la meditación Chán 禪, cuando los pensamientos nos asaltan, sin juicio ni rechazo regresamos a nuestros anclajes, durante el entrenamiento, cuando nos percatamos de un error, lo corregimos (aunque en el futuro volvamos a cometerlo) y continuamos sin juicio ni reproche. Se trata de mantener una mente abierta y clara.
El cuerpo es el reflejo de la mente. Cuando el cuerpo está desatinado, es porque la mente está dispersa. Cuando el cuerpo está tenso, es la mente la que está tensa. A través de la búsqueda de la perfección del movimiento lo que alcanzamos es el perfeccionamiento de nuestra propia mente, el perfeccionamiento del estado mental, el desarrollo de una mente clara y concentrada.
Hay dos tipos de presencia mental, dependiendo de la amplitud del foco que usamos. Cuando el foco es pequeño, aislamos una pequeña parte de la realidad, por ejemplo la respiración, dejando de lado todo lo demás. Esto se llama concentración, y no deja de ser una presencia parcial.
Cuando el foco es grande y se amplía para incluir la realidad global, sin prestar mayor atención a una parte concreta que a otra, sino abarcando el todo, se trata de una atención integradora.
En el entrenamiento debemos de ser capaces de movernos entre estos dos tipos de presencia mental a voluntad. Generalmente utilizaremos la atención, pero podemos usar la concentración para aislar pequeñas partes que mejorar, y hacerlo de manera más manejable que simplemente mejorar el todo.
Si vamos a entrenar únicamente para mejorar nuestras habilidades marciales, es más que probable que no lleguemos a utilizar ese conocimiento (fuera del área del entrenamiento) jamás, y ojalá sea así. En cambio, si utilizamos el entrenamiento para mejorar nuestro estado mental, desarrollar paciencia y perseverancia, sentido del sacrificio, etc., lo que practicamos en la sala de entrenamiento lo usaremos con seguridad cada día de nuestras vidas.
No se trata de entrar en un estado mental durante la práctica para luego abandonarlo. Se trata de que no haya disrupción entre el estado mental antes, durante y después del entrenamiento, porque seguimos practicando ese estado mental a cada momento del día.
Para ello es necesario practicar también el enfoque y no solo el método.
Mediante la práctica marcial, podemos ser capaces de fundirnos en el todo hasta que el mismo sentido del ser se pierde. No somos ya un “yo” y lo exterior, sino que somos “todo”, y finalmente “no somos”.
Esto es quizá lo más importante y valioso que podemos transmitir, y esperamos que pueda alentar la reflexión sobre el verdadero valor del entrenamiento marcial a día de hoy.