Introducción
Hacia finales de la dinastía Míng 明 (1368-1644), el problema del bandidaje dio lugar a la aparición de escoltas privados, que acompañaban y protegían a comerciantes que transportaban bienes y mercancías valiosas en sus viajes entre diferentes regiones. Poco después, surgirían compañías que empleaban a artistas marciales locales para desempeñar el mismo oficio. Estas compañías, llamadas biāojú 鏢局, florecieron especialmente en la región de Shānxī 山西 durante la dinastía Qīng 清.
El problema del bandidaje
Hacia finales de la dinastía Míng tuvo lugar un incremento del bandidaje en la región de Shānxī. Entre los factores que favorecieron este incremento se cuentan sequías y hambrunas, el aumento de los impuestos y pauperización de la población, y una geografía montañosa con baja densidad de población. Además, el problema parece estar ligado al comercio de la sal durante la dinastía Míng. Esta dinastía emitía licencias a comerciantes privados autorizándoles a vender sal en ciertas regiones, a cambio de suministrar a las guarniciones militares fronterizas.
En Shānxī, muchos mercaderes participaron de este comercio y se enriquecieron con él. Sin embargo, en el siglo XVII, a la par que la burocracia estatal se debilitó y aumentó el desorden político, surgieron problemas como la corrupción y el contrabando. Funcionarios corruptos vendían licencias de sal a precios elevados, de forma que sólo los comerciantes más ricos podían aspirar a obtenerlas. Esto marginó a muchos pequeños comerciantes, que perdieron sus medios de vida y recurrieron al bandidaje.
Por otra parte, algunos comerciantes recurrieron al contrabando de sal, lo que favoreció la aparición de grupos armados para proteger las rutas.
A estos problemas se sumaría un vacío de autoridad a principios de Qīng, cuando la nueva dinastía estaba ocupada en completar la conquista de China y someter las primeras rebeliones que surgieron.
Los escoltas independientes
Los bandidos asaltaban las caravanas comerciales que viajaban desprotegidas. Para asegurar la protección de las caravanas, tanto por tierra como por agua, los comerciantes empezaron a recurrir a agentes privados que actuaban como escoltas armados (bǎobiāo 保標).
Estos agentes no contaban con buena reputación. No estaban particularmente bien pagados y su estatus social era bajo. A veces, eran contratados para proteger negocios o residencias y para cobrar deudas. Estos individuos eran a menudo artistas marciales civiles o antiguos militares, y se dice que compartían con los bandidos un lenguaje secreto o argot (hēihuà 黑話).
Muchos de ellos eran artistas marciales errantes que vendían sus servicios en los caminos, y prestaban una protección rudimentaria. A pesar de su existencia, los mercantes que transportaban bienes de alto valor, como lingotes de plata, preferían contratar a aquellos que estaban autorizados para portar armas de fuego o a quienes podían clamar descendencia de un linaje marcial reconocido.
La efectividad de su protección parece haberse basado más en la disuasión que en la violencia física, a la que se evitaba recurrir en la medida de lo posible. Su presencia habría jugado un papel intimidatorio y favorecido la negociación de un precio para permitir el paso de los comerciantes sin violencia. Algunos funcionarios del gobierno parecen haber sospechado que algunos de los propios escoltas estaban confabulados con los bandidos en este negocio.
La ausencia de leyes escritas que regulasen la actividad profesional de los escoltas hace pensar que no se trataba de una profesión legal.
Por otra parte, al haber existido también un comercio ilegal, como el contrabando de sal, que recurría a estos agentes para su protección, los escoltas de caravanas ilegales —que el estado podía definir como bandidos— podían extorsionar a los comerciantes legales haciéndoles pagar un permiso de paso.
Además de mercaderes, otro grupo social estaba implicado en los viajes a larga distancia: los aspirantes al funcionariado que viajaban a las capitales para presentarse a los exámenes imperiales. Estos individuos debían llevar consigo cantidad suficiente de dinero para mantenerse durante sus viajes, y eran otro blanco fácil para los bandidos.
Las compañías de escoltas (biāojú)
Durante Qīng, la actividad de los escoltas fue adquiriendo una dimensión más formal, y aparecieron compañías privadas que ofrecían los servicios de protección en ruta (biāojú). Aunque el estatus social de los individuos que las componían seguía siendo bajo, estas compañías eran algo más prestigiosas que los escoltas privados, y la propia corte imperial llegó a emplearlas para proteger cargamentos de impuestos cuando la autoridad central se debilitó.
Estas compañías estaban respaldadas económicamente por comerciantes ricos y, a veces, por funcionarios del gobierno.
Fachada de la sede de un antiguo biāojú en Pekín.
Con el tiempo, desarrollaron una estructura organizacional más o menos uniforme. En la cúspide estaba un artista marcial que gozaría de cierta reputación en la localidad, y de buenas relaciones tanto con la burguesía local y los comerciantes como con el gobierno de la región.
Este cabecilla era a menudo la cara visible de la compañía, y no participaba directamente en la protección de las caravanas. Sin embargo, su papel era esencial, pues la reputación de la compañía dependía de las buenas relaciones establecidas y de la imagen que éste proyectaba. Al no existir contratos por escrito ni remuneración anticipada —los recibos por la entrega de bienes se pagaban una vez al año, durante el primer mes lunar—, el negocio de la compañía se basaba en una relación de confianza entre ésta y sus clientes.
Por debajo de este líder, había varios puestos de importancia, destacando el del maestro escolta que se ocupaba de la instrucción marcial de los otros guardias.
Algunas compañías se estructuraron en torno a un linaje de transmisión de un arte marcial específico. Sin embargo, el secretismo y la confidencialidad de algunos estilos supuso una limitación al negocio de las agencias de protección. Una compañía necesitaba a menudo contratar escoltas ajenos al linaje para poder prestar sus servicios, y la necesidad de hacer funcionar el negocio favoreció la transmisión de las artes marciales fuera de los linajes familiares.
Todos los pueblos o ciudades importantes tenían al menos una compañía de escoltas. Hacia 1880, había miles de ellas por todo el país. Las más grandes tenían delegaciones en varias ciudades y empleaban a cientos de personas, por lo que eran uno de los mayores empleadores de artistas marciales civiles de la época.
El viaje de un convoy comercial podía durar alrededor de tres meses, y los escoltas viajaban una media de tres o cuatro veces al año. En ruta, una partida de guardias era enviada como avanzadilla para explorar y limpiar el terreno. Con los comerciantes viajaban también otros guardias con una posición superior en la jerarquía de la compañía, que actuaban como última línea de defensa. Como ya hemos mencionado, los escoltas trataban de solventar los encuentros con bandidos mediante la diplomacia y la intimidación, dejando la violencia como último recurso.
El final de las compañías de escoltas
La modernización del país marcó el final de la actividad de las agencias de protección. El desarrollo de infraestructuras modernas como el ferrocarril cambió las formas en que los bienes eran transportados. Por otra parte, la aparición de notas de crédito y de un sistema bancario moderno terminaron con la necesidad de transportar grandes cantidades de plata.
Hacia el año 1920, la mayoría de estas agencias habían desaparecido.
Antiguo edificio de una compañía convertido en museo.
Conclusión
A finales de Míng, el problema del bandidaje dio lugar a la aparición de escoltas privados (bǎobiāo 保標) que vendían sus servicios de protección a los mercaderes que viajaban con bienes entre diferentes regiones.
Estos escoltas tenían, en general, mala reputación, y a menudo participaban del negocio de los bandidos. Con el tiempo, su actividad se formalizó y cristalizó en la aparición de compañías más prestigiosas, cuyo éxito comercial dependía en gran medida de su reputación.
Estas compañías proveían de trabajo a artistas marciales civiles y favorecieron la transmisión de estilos marciales fuera de los linajes familiares.
Hacia principios del siglo XX, la modernización terminó con el negocio de las compañías de escoltas armados, debido al desarrollo de infraestructuras y del sistema bancario.
Fuentes:
Benjamin N. Judkins, Jon Nielson. The Creation of Wing Chun: A Social History of the Southern Chinese Martial Arts. University of New York Press, 2015
Laurent Chircop-Reyes. Illegal Caravan Trade and Outlaw Armed Escorts in the Qing Dynasty: Critical Analysis of Two 18th Century Memorials, 2023.
Laurent Chircop-Reyes. Merchants, Brigands and Escorts: an Anthropological Approach of the Biaoju Phenomenon in Northern China. Ming-Qing Studies, 2018.